Lo asombroso de todo esto es que nadie obedece sus órdenes, lo cual hace que su situación parezca bastante patética. Ni siquiera los ayudantes de su cátedra cumplen con lo que él ordena. Ante él, lo reverencian, muestran un temor fingido pero muy convincente. Pero basta que dé vuelta su cabeza, que cierre los ojos, que pestañee incluso, y los ayudantes ya están siguiendo su propio camino o uno sugerido por otras autoridades. La cátedra, en definitiva, es dirigida por el adjunto Di Bernardo, un italiano un poco egocéntrico, encerrado en sí mismo casi siempre, pero que, cuando menos, tiene el mínimo de racionalidad necesario para llevar a cabo las tareas correspondientes. La actitud de Tito ante la desobediencia generalizada es de total indiferencia. Sabe bien que nadie hace lo que él ordena, pero ante esta realidad, se dice, siempre en voz baja, “que se vayan al carajo”. Por tanto se limita a dar sus clases teóricas magistrales. Llega siempre envuelto en su sobretodo negro, con su anacrónica galera, también negra, y su mochila a cuadros, transpirado, con el rostro enrojecido o morado de acuerdo a la estación del año o los excesos a los que se sometió antes de la clase. Con su mirada negro-amarilla punzante y danzante examina todo lo que hay a su alrededor. Muchas veces parece observar a sus alumnos uno por uno, dado que pasa entre veinte y treinta minutos parado frente al auditorio, sin decir nada, moviendo su cabeza de un lado a otro. No le importa el bullicio, simplemente se para allí y gira su rostro sin cesar. Pero claro, llega entonces un momento en que pide –no ordena- a Di Bernardo si podría haber silencio en el recinto. Di Bernardo accede al pedido, sirviéndose de un rebenque, con el cual golpea aleatoriamente los pupitres y, de no surtir efecto esta práctica, sencillamente el cuerpo de los alumnos o el de Tito, pues el profesor es muchas veces más ruidoso que el auditorio entero.
Así
es que empieza su clase. Su materia es un seminario electivo no
permanente, titulado “La lógica de las adicciones”. Pero rara vez se enseña algo sobre ese tema. En realidad,
la mayoría de las clases tratan sobre la propia vida de Tito, aunque
siempre Tito lleva otro nombre en esos relatos. Muchos alumnos sospechan
que los personajes son, en realidad, uno solo, y muchos otros ya
llegaron a la conclusión de que dicha figura es, precisamente, el mismo
profesor. En síntesis, la materia dictada por Tito difícilmente sirva de
algo, aporte alguna crítica o algún tipo de avance del conocimiento.
Pero es una de las materias más elegidas debido a que es muy fácil
aprobarla. Los exámenes constan de una sola pregunta, cuya respuesta
correcta es presentada junto a una única opción incorrecta. Por lo
tanto, basta hacer una o dos cruces durante todo el año para aprobar la
materia. Es verdadero que nunca existió en la UBA una materia con un
nivel tan bajo de exigencia. Cuando el decano cuestiona el modo de
evaluación y amenaza con iniciar el proceso burocrático para la
destitución de Tito, éste siempre encuentra la manera de persuadir a las
autoridades acerca de lo conveniente que es el programa de enseñanza
que él aplica. En realidad, esta persuasión se realiza vía Di Bernardo,
el adjunto, que es hermano de un conocido empresario local, de quién
sabemos que es un reconocido jefe de una familia mafiosa muy importante
de la ciudad. Pues bien, la madre de los Di Bernardo siempre había roto
las pelotas con la idea de que sus hijos debían ser felices, etc, y el
jefe hizo suya esa prédica. Como la posición académica (y por lo tanto
la felicidad) de Di Bernardo está inexplicablemente determinada por la
permanencia de Tito, Di Bernardo siempre apela a los recursos mafiosos
para lograr que la materia no sea eliminada, que tampoco Tito lo sea, y
por ende, que él mismo lo sea. La pregunta que surge a quienes conocemos
esta situación es por qué no emplear éste poder para conseguir su
propia cátedra. Una de las respuestas posibles es que los trámites
necesarios para establecer una nueva materia son tan complicados y
difíciles de realizar, que Di Bernardo prefiere seguir como está. Por
otra parte, pareciera que él no quiere tener su propia cátedra,
sencillamente porque no se le ocurre nada original que decirle al
alumnado. Al permanecer como adjunto en la cátedra de Tito, no obstante,
son frecuentes sus participaciones, pues la asociación libre del
titular despierta su propia asociación libre, lo cual lo lleva a hablar
al auditorio, lo cual a su vez lo hace sentir, de algún
modo, útil y sabiondo, lo que le provoca una experiencia de gran
felicidad. Pues bien, si tuviera su propia cátedra, de seguro Tito no
aceptaría formar parte de ella y en consecuencia ya no tendría,
prácticamente, desde el punto de vista de Di Bernardo, más nada que
decir a los educandos. El hermano de Di Bernardo propuso extorsionar a
Tito para que sea adjunto de la hipotética cátedra de Di Bernardo, pero este último –y también nosotros- está convencido de que no hay modo de
hacerle sentir miedo a Tito. Por supuesto, debido a que todo le importa
lo mismo: nada.
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