Podemos comparar a Tito Papusa con el hombre
de la bolsa, ese ser tan despreciable como querible en otros momentos;
justamente, esos momentos en que uno manda a sus hijos a dormir para
descargar su excitación en las fauces de su esposa, otrora o ahora
respetable madre universal y privada. Pero los niños también han sido
hombres de la bolsa o de las bolas alguna vez: Tito Papusa.
O
bien: Tito P. es ese ser que ama tanto a su propio pene imaginario
que se dedica a embarazar a mujeres absolutamente inadecuadas desde el
punto de vista del sentido común y del superyó. Digamos que es casi como
si ese pene ilusorio fuera quien embaraza a las mujeres inadecuadas y
no Tito P. Pero a esta altura, tan identificado con su pene está,
que da lo mismo decir: Tito P. o su pene imaginario.
Por otro lado, ¿cómo no identificarse con un pene que constantemente se halla erecto, duro, listo para el placer?
El profesor Chopper nos dice: hay que sublimar, pebete, hay que sublimar. Pero no es tan fácil.
No
es tan fácil sublimar. Hace falta amor, mucho amor, es decir, engaño y
más engaño, para que todo siga igual en el micro y en el macrocosmos.
Dicen que los que así piensan solo quieren destruirlo todo. No están
equivocados. Podrían decir, sin dudarlo, nada de sublimación: que todo
se vaya al carajo.
No
debemos confundir a Tito con uno de esos tipos escritores o
intelectuales, que pasan sus días pensando cómo decir las grandes
verdades que han descubierto. Porque si bien Tito puede perfectamente
dedicarse a escribir, esta actividad no tiene nada de constructivo. No
se propone la verdad o la belleza, o decir qué está bien. Esta práctica
parece proponerse, en última instancia, hacer más largo el camino
personal hacia la destrucción total del organismo, aunque, por otro
lado, tímidamente, también podría tender, ella misma en el caso de que
tuviera cierta autonomía en tanto ser, lo cual es dudoso, a la
destrucción de otros organismos. Pero todo el mundo sabe que ningún
organismo se destruye por leer textos de cualquier tipo, y menos si se
trata de las, por llamarlas de algún modo, obras literarias de Tito o
Tato Papusa.
En
el fondo, está demás hacer estas aclaraciones. Desde el vamos el que
lee intuye que el tipo no tiene buenas intenciones sino, más bien, todo
lo contrario. Pero precisamente de eso trata la escritura destructiva,
tal como lo expuso el profesor Chopper en su última conferencia, en mi dormitorio: “la escritura destructiva, mal llamada
psicótica por María Pía L., tiene dos objetivos: a) Aplazar la muerte
del escritor b) Acelerar la muerte de los lectores. Esto último es lo
que hace tan difícil leer estos textos: en todo momento parecen
aburrir al lector, producirle asco, antipatía, odio. Ejemplos muy
concretos los tenemos en los libros del tipo Cortázar, Rivera, etc.
Queda
entonces abierta la cuestión de la intencionalidad de esta supuesta
destructividad. Se nos presentan cuatro posibilidades: Tito tiene la
intención, la escritura tiene la intención, algún numen tiene la
intención, o bien no hay intención alguna. En el último caso se trataría
de un fenómeno difícil de explicar por ahora, y deberíamos recurrir a
un deus ex machina consistente en invocar procesos mecánicos del sistema
nervioso que aleatoria o determinísticamente hayan desembocado en esta
actividad. El caso más curioso es aquél en el cual la actividad tiene la
intención: esto nos llevaría a plantear la existencia de una
actividad-sujeto, algo así como una estructura energética muy dinámica y
poco estable, que se realiza fenomenológicamente según una pauta
desconocida o, tal vez, sin ningún tipo de pauta.
Tenemos
por lo tanto, por ahora, al menos seis personajes, pero no estamos
seguros de la existencia de ninguno de ellos: Tito Papusa, el profesor
Chopper, la actividad, el numen, el sistema nervioso, el hombre de las
bolas, los pibes. Dentro de estos últimos, que actuarían como un grupo
indiferenciado, vale la pena destacar al Pibe Cantina, que si bien no
alcanza el rango de personaje autónomo podría alcanzarlo en cierta etapa
de nuestro recorrido.
El
hecho de que nos propongamos en todo momento advertir al lector
(intencionalidad de la obra, teoría sobre la intencionalidad, cantidad
de personajes) acerca de lo que acá se puede esperar no es un hecho
planeado. En todo caso, puede concebirse esta extraña actitud como el
resultado de un temor a esa famosa policía anti-seducción que opera por
cuenta del elemento “Tito”, y que es un instrumento del poder,
destructivo también, de esa entidad que comenzamos a caracterizar en la
introducción a este curso.
Básicamente,
será un largo recorrido, parecido al de un profesor universitario que todo el año
dice lo mismo, de la misma manera. Menudo itinerario: hay que ser capaz
de un eterno retorno de esa calaña.
No
quisiéramos terminar esta introducción sin referirnos a dos entidades
cercanas a nuestro afecto, aunque por motivos muy distintos. La primera,
nuestra por ahora dama deseada. Ella se desmaterializó, tal vez para
siempre, pero han quedado representaciones fragmentarias de ella que se
convierten en un objeto-cuasi sujeto al cual amamos, por cierto, y en el
cual se han fijado gran parte de nuestras energías. Por ello, es muy
probable que ella tenga una gran influencia en todo lo que hagamos de
acá en más.
La
otra entidad es la acusación móvil, que llamaremos “acusación de no
sentido/psicosis- proferida por ecos de palabras oídas a literatos y
otras alimañas”. Nos defenderemos con gran pasión contra ella en estos
espacios que habremos de correr y recorrer, pero sobre todo bombardear,
ocupar, tirotear. Será una de las guerras más largas y duras, sin duda,
pues Tito es un border o algo así, y esto no favorece nuestra lucha por
declarar que esta forma de escribir tiene derecho a irse a la reputísima
madre que la parió.
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