martes, 27 de septiembre de 2011

Notipinja Cap. 5: Un profesor de Buenos Aires

Tito P. es ese profesor de la UBA, psicólogo él, que obtiene sus mayores ganancias –de placer- dándole directivas a todo el mundo. Ora a sus profesores adscriptos, ora a los adjuntos, ayudantes alumnos, alumnos, porteros, incluso ejercería un inesperado dominio sobre el decano. Muchas veces, acodado en uno de los numerosos balcones del edificio donde funciona la Facultad de Psicología, suspira y lamenta el hecho de que su influencia no se haya extendido aun hasta el rector. Es un sueño, se dice, y luego prosigue dando órdenes a todo el mundo. En la base de esta actitud encontraremos quizá su concepción, no muy abierta por cierto, de que todo lo que dice es verdad. No solamente aquellos enunciados derivados de teorías supuestamente psicoanalíticas, según él muy relacionadas con su práctica clínica, sino que, también, pura y simplemente, son verdaderos todos sus decires. Cualquier capricho, cualquier ocurrencia fugaz, siempre son verdaderos. Incluso viola uno de los principios básicos de la lógica: sus imperativos también son verdaderos. Externamente, recurre a la autoridad y al conocimiento adquiridos durante tantos años de investigación; secretamente, cree ser el amo de la verdad en virtud de ciertas transformaciones que se habrían dado –según su delirio- en su cerebro a partir de dos factores: una inteligencia superior hereditaria y vivencias sumamente anormales, como por ejemplo todo lo que experimentó con su primera esposa, la polaca de la cual habláramos.  
Lo asombroso de todo esto es que nadie obedece sus órdenes, lo cual hace que su situación parezca bastante patética. Ni siquiera los ayudantes de su cátedra cumplen con lo que él ordena. Ante él, lo reverencian, muestran un temor fingido pero muy convincente. Pero basta que dé vuelta su cabeza, que cierre los ojos, que pestañee incluso, y los ayudantes ya están siguiendo su propio camino o uno sugerido por otras autoridades. La cátedra, en definitiva, es dirigida por el adjunto Di Bernardo, un italiano un poco egocéntrico, encerrado en sí mismo casi siempre, pero que, cuando menos, tiene el mínimo de racionalidad necesario para llevar a cabo las tareas correspondientes. La actitud de Tito ante la desobediencia generalizada es de total indiferencia. Sabe bien que nadie hace lo que él ordena, pero ante esta realidad, se dice, siempre en voz baja, “que se vayan al carajo”. Por tanto se limita a dar sus clases teóricas magistrales. Llega siempre envuelto en su sobretodo negro, con su anacrónica galera, también negra, y su mochila a cuadros, transpirado, con el rostro enrojecido o morado de acuerdo a la estación del año o los excesos a los que se sometió antes de la clase. Con su mirada negro-amarilla punzante y danzante examina todo lo que hay a su alrededor. Muchas veces parece observar a sus alumnos uno por uno, dado que pasa entre veinte y treinta minutos parado frente al auditorio, sin decir nada, moviendo su cabeza de un lado a otro. No le importa el bullicio, simplemente se para allí y gira su rostro sin cesar. Pero claro, llega entonces un momento en que pide –no ordena- a Di Bernardo si podría haber silencio en el recinto. Di Bernardo accede al pedido, sirviéndose de un rebenque, con el cual golpea aleatoriamente los pupitres y, de no surtir efecto esta práctica, sencillamente el cuerpo de los alumnos o el de Tito, pues el profesor es muchas veces más ruidoso que el auditorio entero. 



Así es que empieza su clase. Su materia es un seminario electivo no permanente, titulado “La lógica de las adicciones”. Pero rara vez se enseña algo sobre ese tema. En realidad, la mayoría de las clases tratan sobre la propia vida de Tito, aunque siempre Tito lleva otro nombre en esos relatos. Muchos alumnos sospechan que los personajes son, en realidad, uno solo, y muchos otros ya llegaron a la conclusión de que dicha figura es, precisamente, el mismo profesor. En síntesis, la materia dictada por Tito difícilmente sirva de algo, aporte alguna crítica o algún tipo de avance del conocimiento. Pero es una de las materias más elegidas debido a que es muy fácil aprobarla. Los exámenes constan de una sola pregunta, cuya respuesta correcta es presentada junto a una única opción incorrecta. Por lo tanto, basta hacer una o dos cruces durante todo el año para aprobar la materia. Es verdadero que nunca existió en la UBA una materia con un nivel tan bajo de exigencia. Cuando el decano cuestiona el modo de evaluación y amenaza con iniciar el proceso burocrático para la destitución de Tito, éste siempre encuentra la manera de persuadir a las autoridades acerca de lo conveniente que es el programa de enseñanza que él aplica. En realidad, esta persuasión se realiza vía Di Bernardo, el adjunto, que es hermano de un conocido empresario local, de quién sabemos que es un reconocido jefe de una familia mafiosa muy importante de la ciudad. Pues bien, la madre de los Di Bernardo siempre había roto las pelotas con la idea de que sus hijos debían ser felices, etc, y el jefe hizo suya esa prédica. Como la posición académica (y por lo tanto la felicidad) de Di Bernardo está inexplicablemente determinada por la permanencia de Tito, Di Bernardo siempre apela a los recursos mafiosos para lograr que la materia no sea eliminada, que tampoco Tito lo sea, y por ende, que él mismo lo sea. La pregunta que surge a quienes conocemos esta situación es por qué no emplear éste poder para conseguir su propia cátedra. Una de las respuestas posibles es que los trámites necesarios para establecer una nueva materia son tan complicados y difíciles de realizar, que Di Bernardo prefiere seguir como está. Por otra parte, pareciera que él no quiere tener su propia cátedra, sencillamente porque no se le ocurre nada original que decirle al alumnado. Al permanecer como adjunto en la cátedra de Tito, no obstante, son frecuentes sus participaciones, pues la asociación libre del titular despierta su propia asociación libre, lo cual lo lleva a hablar al auditorio,  lo cual a su vez lo hace sentir, de algún modo, útil y sabiondo, lo que le provoca una experiencia de gran felicidad. Pues bien, si tuviera su propia cátedra, de seguro Tito no aceptaría formar parte de ella y en consecuencia ya no tendría, prácticamente, desde el punto de vista de Di Bernardo, más nada que decir a los educandos. El hermano de Di Bernardo propuso extorsionar a Tito para que sea adjunto de la hipotética cátedra de Di Bernardo, pero este último –y también nosotros- está convencido de que no hay modo de hacerle sentir miedo a Tito. Por supuesto, debido a que todo le importa lo mismo: nada.

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