martes, 11 de octubre de 2011

Notipinja. Capítulo 7: La inútil sublimación de Tito P./La policía interior



   Podemos comparar a Tito Papusa con el  hombre de la bolsa, ese ser tan despreciable como querible en otros momentos; justamente, esos momentos en que uno manda a sus hijos a dormir para descargar su excitación en las fauces de su esposa, otrora o ahora respetable madre universal y privada. Pero los niños también han sido hombres de la bolsa o de las bolas alguna vez: Tito Papusa.

O bien: Tito P. es ese ser que ama tanto a su propio pene imaginario que se dedica a embarazar a mujeres absolutamente inadecuadas desde el punto de vista del sentido común y del superyó. Digamos que es casi como si ese pene ilusorio fuera quien embaraza a las mujeres inadecuadas y no Tito P. Pero a esta altura, tan identificado con su pene está, que da lo mismo decir: Tito P. o su pene imaginario.

   Por otro lado, ¿cómo no identificarse con un pene que constantemente se halla erecto, duro, listo para el placer?

    El profesor Chopper nos dice: hay que sublimar, pebete, hay que sublimar. Pero no es tan fácil.

   No es tan fácil sublimar. Hace falta amor, mucho amor, es decir, engaño y más engaño, para que todo siga igual en el micro y en el macrocosmos. Dicen que los que así piensan solo quieren destruirlo todo. No están equivocados. Podrían decir, sin dudarlo, nada de sublimación: que todo se vaya al carajo.

   No debemos confundir a Tito con uno de esos tipos escritores o intelectuales, que pasan sus días pensando cómo decir las grandes verdades que han descubierto. Porque si bien Tito puede perfectamente dedicarse a escribir, esta actividad no tiene nada de constructivo. No se propone la verdad o la belleza, o decir qué está bien. Esta práctica parece proponerse, en última instancia, hacer más largo el camino personal hacia la destrucción total del organismo, aunque, por otro lado, tímidamente, también podría tender, ella misma en el caso de que tuviera cierta autonomía en tanto ser, lo cual es dudoso, a la destrucción de otros organismos. Pero todo el mundo sabe que ningún organismo se destruye por leer textos de cualquier tipo, y menos si se trata de las, por llamarlas de algún modo, obras literarias de Tito o Tato Papusa.

   En el fondo, está demás hacer estas aclaraciones. Desde el vamos el que lee intuye que el tipo no tiene buenas intenciones sino, más bien, todo lo contrario. Pero precisamente de eso trata la escritura destructiva, tal como lo expuso el profesor Chopper en su última conferencia, en mi dormitorio: “la escritura destructiva, mal llamada psicótica por María Pía L., tiene dos objetivos: a) Aplazar la muerte del escritor b) Acelerar la muerte de los lectores. Esto último es lo que hace tan difícil leer estos textos: en todo momento parecen aburrir al lector, producirle asco, antipatía, odio. Ejemplos muy concretos los tenemos en los libros del tipo Cortázar, Rivera, etc.

   Queda entonces abierta la cuestión de la intencionalidad de esta supuesta destructividad. Se nos presentan cuatro posibilidades: Tito tiene la intención, la escritura tiene la intención, algún numen tiene la intención, o bien no hay intención alguna. En el último caso se trataría de un fenómeno difícil de explicar por ahora, y deberíamos recurrir a un deus ex machina consistente en invocar procesos mecánicos del sistema nervioso que aleatoria o determinísticamente hayan desembocado en esta actividad. El caso más curioso es aquél en el cual la actividad tiene la intención: esto nos llevaría a plantear la existencia de una actividad-sujeto, algo así como una estructura energética muy dinámica y poco estable, que se realiza fenomenológicamente según una pauta desconocida o, tal vez, sin ningún tipo de pauta.
   Tenemos por lo tanto, por ahora, al menos seis personajes, pero no estamos seguros de la existencia de ninguno de ellos: Tito Papusa, el profesor Chopper, la actividad, el numen, el sistema nervioso, el hombre de las bolas, los pibes. Dentro de estos últimos, que actuarían como un grupo indiferenciado, vale la pena destacar al Pibe Cantina, que si bien no alcanza el rango de personaje autónomo podría alcanzarlo en cierta etapa de nuestro recorrido. 
Pibe Cantina, ¿de qué te la das?

   El hecho de que nos propongamos en todo momento advertir al lector (intencionalidad de la obra, teoría sobre la intencionalidad, cantidad de personajes) acerca de lo que acá se puede esperar no es un hecho planeado. En todo caso, puede concebirse esta extraña actitud como el resultado de un temor a esa famosa policía anti-seducción que opera por cuenta del elemento “Tito”, y que es un instrumento del poder, destructivo también, de esa entidad que comenzamos a caracterizar en la introducción a este curso.
   Básicamente, será un largo recorrido, parecido al de un profesor universitario que todo el año dice lo mismo, de la misma manera. Menudo itinerario: hay que ser capaz de un eterno retorno de esa calaña.
   No quisiéramos terminar esta introducción sin referirnos a dos entidades cercanas a nuestro afecto, aunque por motivos muy distintos. La primera, nuestra por ahora dama deseada. Ella se desmaterializó, tal vez para siempre, pero han quedado representaciones fragmentarias de ella que se convierten en un objeto-cuasi sujeto al cual amamos, por cierto, y en el cual se han fijado gran parte de nuestras energías. Por ello, es muy probable que ella tenga una gran influencia en todo lo que hagamos de acá en más.
   La otra entidad es la acusación móvil, que llamaremos “acusación de no sentido/psicosis- proferida por ecos de palabras oídas a literatos y otras alimañas”. Nos defenderemos con gran pasión contra ella en estos espacios que habremos de correr y recorrer, pero sobre todo bombardear, ocupar, tirotear. Será una de las guerras más largas y duras, sin duda, pues Tito es un border o algo así, y esto no favorece nuestra lucha por declarar que esta forma de escribir tiene derecho a irse a la reputísima madre que la parió.

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